Septiembre ha sido un mal mes. Me han
jugado una de esas putadas faena histórica que no la ves venir y te
dejan con cara de pánfila porque el culpable es una de esas personas
con fama de serias y cara de ángel.
Por eso, cuando vi este título en las
estanterías no pude resistirme. Me pareció predestinado, una
especie de invocación preventiva para el futuro.
Francia, siglo XIII.
En el pequeño pueblo perdido de
Cantimpré, más conocido como el pueblo de los milagros, unos
desconocidos a caballo secuestran a un niño, Perrot, asesinan a otro
y hieren de gravedad al párroco, el padre Guillermo Aba.
En Roma, Benedicto Gui, de 32 años, es
una especie de sabio, muy conocido entre la gente sencilla por
ayudarles con sus consejos acertados, sus honestos arbitrajes y sus
generos juicios. En el mismo día recibe dos encargos: uno, buscar a
un joven desaparecido, Rainerio; otro, aconsejar a un rico
comerciante, Máximo de Chênedollé.
¿Estarán todas estas desapariciones
relacionadas?
Me gustó mucho el planteamiento de la
historia, tanto que la primera parte me la leí de un tirón. El
personaje de Gui, una especie de Sherlock Holmes medieval pero más
sociable, era muy atractivo, las conspiraciones e intrigas dentro de
la Iglesia por el poder siempre me han atraído, el misterio que
rodeaba a Cantimpré tenía su aliciente...
Pero a partir de la segunda parte no
pude con el libro. Empezó a perder interés, a liarlo y reliarlo
todo... hice varios intentos pero me ha sido imposible. Me pudo la
confusión.
Resignada, me fui directamente al
epílogo para conocer el final de este thriller histórico que tanto
prometía y tan poco me ha aportado.
Una de las cosas que he echado de menos
en la edición de la novela de la editorial Grijalbo es un índice.
Pues nada, líbranos del mal.