En “Diario de invierno” el autor
hace muchas referencias a este libro, me picó la curiosidad y lo
tenía en lista de espera desde hace tiempo.
Hasta ahora había disfrutado mucho con
todo lo que había leído de Paul Auster, así que este ha sido mi
primer fiasco.
Se trata de una narración biográfica,
al menos la primera parte, que comenzó a escribir en 1979, tres
meses después de la muerte de su padre. Está dividida en dos
partes: Retrato de un hombre invisible y El libro de la memoria.
En la primera parte, Retrato de un
hombre invisible, nos cuenta cómo le dieron la noticia del
fallecimiento de su padre, Samuel, su funeral y los días que hubo de
dedicar a vaciar la enorme casa familiar para ponerla en venta.
Aunque la relación entre ellos era muy fría, deshacerse de los
objetos personales que marcaron la vida de ambos, hacen que Auster
comience a reflexionar sobre la figura de su padre.
Analiza sus recuerdos, explica su
comportamiento distante, lamenta el no haber tenido una relación más
profunda, haberse sentido más protegido, amado o valorado, intenta
justificar las acciones de un hombre indiferente a todo y que no se
daba a conocer, además comparte los escasos momentos en los que un
gesto o una palabra amable lo llenaban de felicidad.
Es una lectura amarga porque Auster, en
su genialidad, nos hace partícipes del dolor que le supone a un niño
verse privado del cariño y la compresión de su padre, situación
especialmente triste
porque aunque siempre estuvo presente
era más bien una figura decorativa, un ser invisible que a veces se
materializaba en forma de sonrisa.
Aquí no nos cuenta la forma en que
murió pero en “Diario de invierno”, su último libro, no tiene inconveniente en dedicarle unas líneas.
Vuelve a darle mucha importancia a las
fotografías viejas y a los recuerdos que traen a nuestra memoria. Un
detalle descorazonador es el álbum fotográfico sobre su familia.
La segunda parte, y más extensa, se
llama El libro de la memoria no he sido capaz de leerla.
Lo intenté en varias ocasiones durante
varios días, pero fui incapaz. Cada ver que mis manos ponían el
libro delante de mis ojos, mi concentración empezaba a fallar y mi
cerebro se negaba a encontrarle sentido a las frases.
Quizás sea para lectores más avezados
o más interesados en la simbología que yo.
En resumen, una primera parte en la que
he podido disfrutar de la habilidad del autor para tejer historias y
para transmitir sentimientos, aunque éstos sean la indiferencia y el
desinterés. Y una segunda parte que abandonado sin remordimientos.